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Internet y la nueva política en los países musulmanes

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La noticia de esta semana no es –lo siento- la dimisión de Alex de la Iglesia de esa academia que tienen los cineastas españoles para jugar a Hollywood, dicho sea con todo el afecto, sino la revuelta popular que se inició en Túnez derribando al gobierno de Ben Alí –sedicente socialista- y ayer mismo –todavía no queda claro mientras escribía esto- amenazaba con expulsar a Mubarak de Egipto. Pero entre la noticia de interés local y la mundial hay un nexo en común: el uso de las redes sociales de internet como medio de comunicación alternativo a los canales tradicionales para emprender cambios políticos significativos, incluso revolucionarios en el caso de Túnez y Egipto.

La reacción del gobierno de Egipto para tratar de frenar las protestas populares no puede haber sido más elocuente: suspender internet. Una medida desesperada que, además de autoritaria, ha sido muy torpe: primero, porque era posible seguir accediendo a las redes sociales que convocaban las protestas populares a través de la telefonía móvil –como yendo un poco más lejos hace de modo ejemplar Yoani Sánchez en la Cuba tiranizada por los Castros y el PCC- o por conexión GPRS, de modo que la desconexión total ya no es posible; segundo, porque la suspensión de internet fue en sí mismo un mensaje elocuente que, lejos de parar las manifestaciones, sirvió para reforzarlas al modo de un llamamiento inequívoco. De modo que el gobierno del anciano Mubarak ha contribuido, con su apagón digital, a propiciar su más que probable caída.

Otra cosa muy distinta, cierto, es si estas revueltas populares auxiliadas y extendidas por internet como un reguero de pólvora servirán para cambiar los regímenes corruptos y seudodemocráticos que padecen Túnez, Egipto y otros estratégicos países musulmanes como Marruecos, Jordania, Yemen o Argelia, entre otros. Sin duda llama la atención que en Egipto los Hermanos Musulmanes, un gran grupo islámico fundado a finales del siglo XIX, hayan acabado teniendo un protagonismo político que no parece corresponderles en la era digital, pero las informaciones más competentes, como las de la cadena árabe Al Jazeera, han dado por probado que las protestas comenzaron sobre todo mediante llamamientos en los foros sociales de internet. Los grupos de toda la vida, como los egipcios Hermanos Musulmanes, se han ido incorporando después a una protesta que pueden canalizar pero que no ha partido de ellos.

De manera que también las sociedades musulmanas, en las que tendemos a pensar como las más “medievales” del mundo, hay minorías emergentes que disponen y usan con eficacia de los medios de comunicación de la era digital a espaldas de sus gobiernos y de las organizaciones políticas tradicionales. Esta es la gran novedad política y social que aporta la red y la que da a su extensión una potencialidad de innovación sociocultural de consecuencias incalculables. Pues la extensión de las redes sociales tiene un efecto directo innegable: potencia la autonomía de los individuos al permitir superar el aislamiento o la filiación tradicional que imponían los viejos sistemas de comunicación manejados por gobiernos y establishment. A diferencias de otras revueltas nada raras en países musulmanes, esta vez no han sido “las masas árabes” las que han invadido las calles, es decir una multitud agitada por pasiones más elementales que políticas y dirigidas por iluminados o por nadie, sino que se han tratado de manifestaciones en las que han participado muchísimos estudiantes y profesionales cuya soltura con los medios digitales es igual que la de sus colegas occidentales y asiáticos. Y esta vez el control de la técnica va acompañado por un mayor conocimiento e información de lo que pasa por el mundo: de ese modo se ha extendido la revuelta de Túnez a la de Egipto pese a la censura gubernamental.

Por supuesto, estas revueltas populares no servirán de gran cosa si se limitan a expulsar un gobierno de rufianes para poner en su lugar otro semejante, como parece que ha ocurrido en Túnez. Hacen falta alternativas políticas organizadas y con ideas y programas de reforma constitucional claros. Pero también la extensión de internet puede ayudar, y mucho, a que surjan estas imprescindibles instituciones en esos países. Desde la edad media Europa ha recorrido un largo camino, y a veces pasado terribles calvarios, hasta que fue liberándose de la tiranía de los clérigos e iluminados religiosos para desembocar en formas liberales de democracia secularizada (más allá de la permanencia de tradiciones sagradas como la monarquía de algunos países como el nuestro, no menos democráticos por eso). Hay que observar si la nueva sociedad digitalizada ofrece a las sociedades musulmanas vías más rápidas y menos violentas de secularización y democratización desde dentro de sus propias formas sociales y culturales, es decir, sin dejar de ser musulmanes de un día para otro, algo imposible. De momento hay coincidencia en que si bien policías y manifestantes paraban unos minutos la reyerta para poder orar, en las manifestaciones no había presencia llamativa de consignas islamistas o religiosas, sino que se trataba de exigencias claramente civiles.

Y dicho todo esto no deja de ser un contrapunto lamentable que la polémica en España sobre la era digital en la que estamos inmersos guste o no siga gravitando en torno a las dichosas descargas ilegales que pretende erradicar la Ley Sinde pactada por PSOE y PP –con la rotunda oposición de UPyD a este texto- para proteger más los intereses de una industria tradicionalista, protegida y perezosa más que los intereses legítimos de los autores, y sobre anécdotas como la dimisión –por lo demás rara y digna- de Alex de la Iglesia al verse manipulado por el ministerio de Cultura. Hace unos días el político más poderoso de España, Alfredo Pérez Rubalcaba, se refería muy desafortunadamente a internet como esa cosa que ha permitido la extensión del terrorismo internacional islamista. Y lo decía mientras en Túnez primero, y ahora en Egipto, la red servía para derribar regímenes inicuos e impresentables como el de Ben Alí en Túnez, por mucho que estuviera protegido por la UE y la Internacional Socialista a la que pertenecía su partido (¡qué sarcasmo!). No se me ocurre un caso más patético y elocuente del problema de fondo: ver internet como una molestia y un fastidio para cierta industria que no quiere adaptarse y exige protección a sus socios políticos, y como un peligro para la vida pacífica de los ciudadanos occidentales. No es un problema menor sino un síntoma de conservadurismo preocupante y de cerrado talante reaccionario ante los cambios que agitan al mundo y tumban tiranos intocables en Túnez o Egipto. Cuando se prefiere soportar a los tiranos antes que a los internautas algo va muy mal.


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